Desde 1910 me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque me ha dado pena y me ha hecho gracia.
Algunas de esas maravillosas greguerías fueron:
Al agonizar el viejo marino pidió que le acercasen un espejo para ver el mar por última vez.
Las pirámides son las jorobas del desierto.
Cuando el armario está abierto parece que toda la casa bosteza.
La escoba baila el vals de la mañana.
Las latas de conservas vacías quedan con la lengua de hojalata fuera.
Cuando el domingo caiga en lunes, la vida habrá perdido la cabeza.
El olivo es el espejo del alba.
Cada una merece al menos cinco minutos de nuestra existencia, cada una tiene vida propia, nace, vive, genera miles de posibles greguerias nuevas y muere poco a poco en nuestra memoria.
La mía es:
Los bonsáis son los Peter Pan de la naturaleza.
¿Cuál es la tuya?